Sergio Portugal Joffre
Apóstol cristiano
La Iglesia Cristiana Universal
Serie: Doctrina Cristiana
Nota.El presente trabajo, bajo el título EL NOMBRE DE DIOS, fue editado por primera vez, en el mes de septiembre del año 2002. Ahora, vuelvo a presentarlo con algunas correcciones, para su distribución entre los hermanos y las personas en general, que deseen conocer la voluntad de nuestro Dios para dirigir sus vidas. Es parte del material que acompaña a las prédicas y enseñanzas, que, junto con mi esposa, Sandra Nery, impartimos mediante el ministerio EN EL NOMBRE DE JESÚS, sirviendo a los cristianos que buscan el conocimiento de su Señor. Luego de ejercer el ministerio de la enseñanza, desde el año 1996, aquí, en la República de Bolivia; ya llegó un nuevo tiempo en que el Señor nos dio la oportunidad de dirigir su obra como pastores de LA IGLESIA CRISTIANA que fundamos con nuestros hermanos, a partir del 21 de noviembre del año 2015.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
Capítulo I
EL NOMBRE DE DIOS
Capítulo II
EL NOMBRE DE JESÚS
Capítulo III
EL SALMO 119 Y LA LEY
Capítulo IV
JESÚS, PRINCIPIO Y FIN
Capítulo V
EL NOMBRE Y LOS DISCÍPULOS
Capítulo VI
EL NOMBRE DE JESÚS NOS SELLÓ CON EL ESPÍRITU SANTO
Los trasgresores contra el nombre
Los falsos profetas y la antítesis del sello de Dios
Los marcados con el nombre de la bestia
Los victoriosos en el nombre de Jesús
INTRODUCCIÓN
“YO, YO SOY EL QUE SOY/EJYE ASHER EJYE (EN HEBREO); ESTE ES MI NOMBRE; Y A OTRO NO DARÉ MI GLORIA, NI MI ALABANZA A ESCULTURAS” (Isaías 42:8).
Esta es la revelación del nombre de Dios. Es el nombre por excelencia que identifica al Creador, como el único y verdadero Dios; que no puede ser equiparado a divinidad alguna creada por el hombre.
Dios ha transmitido la herencia de su nombre a Jesucristo, porque su Hijo es la imagen de la gloria divina. Es él quien tiene la potestad en el cielo y en la tierra, para la salvación de todo aquél que cree que Jesús es el único camino al Padre. Para el que se arrepienta de sus pecados y pueda obtener una nueva vida, ahora y en la eternidad, por la gracia y el perdón de Dios.
Inquirir en el profundo sentido del nombre de Dios nos permite comprender la íntima relación que existe entre el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo. Lleva a un entendimiento de la personalidad divina y humana de Jesucristo. Asimismo, nos conducirá al conocimiento de la relación existente entre nosotros los creyentes con el redentor. Por esta relación adquirimos la calidad de hijos de Dios, que nos sella de una manera particular con la señal del Espíritu Santo. Veremos con claridad esta línea de vinculación que relaciona el nombre del Padre, con el del Hijo, hasta llegar a nosotros; haciéndonos portadores de un nuevo nombre, que nos identificará como posesión suya para la eternidad.
Quienes buscan una verdadera relación filial con Dios, como su Padre, no necesitan invocar los nombres de potestades espirituales de oculta procedencia, ni de hombres divinizados o de mesías fraudulentos. No son los nombres de una inacabable procesión de intercesores, como falsos cristos, vírgenes y los santorales, en competencia por poseer al más milagroso. Estos son artificios supersticiosos que confunden al buscador, llevándolo al extravío.
De ninguna manera. Porque quien busca a Dios sólo lo encontrará a través del único mediador que es su Hijo Jesucristo. Jesús es el nombre sobre todo nombre, que se invoca en la oración para asumir el amor de Dios en nosotros. Para libertarnos de nuestros pecados y redimirnos. Para dejar la vieja vida y regenerarnos como hombres nuevos. Porque se invoca el nombre del que tiene el poder y autoridad sobre toda la creación. Hace posible que los hijos de Dios adquieran potestad sobre la naturaleza, para vivir en los milagros y vencer a la adversidad y las tinieblas en el nombre de Jesús.
La Paz, 29 de julio de 2010
Sergio Portugal Joffre
MINISTRO CRISTIANO
LA IGLESIA CRISTIANA
Capítulo I
EL NOMBRE DE DIOS
Cuando Dios apareció a Moisés en el desierto de Horeb, en medio de la zarza en llamas, marcó el tiempo del inicio de una misión de liberación para el pueblo de Israel. Al mismo tiempo, fue la primera vez que el Creador reveló su nombre a una persona, después del diluvio. Con tal acontecimiento, comenzó una nueva relación entre Dios y el hombre.
“Dijo Moisés a Dios: ‘He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?’. Y respondió Dios a Moisés: ‘YO SOY EL QUE SOY’. Y dijo: ‘Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros’” (Éxodo 3:14-15).
La expresión YO SOY EL QUE SOY, revela la íntima esencia del Creador, en toda su autenticidad; pues, en realidad, no hay palabras para manifestar el profundo sentido de su nombre. Expresa que es el único y verdadero Dios, que existe en sí mismo como Creador increado. No hay nadie como Él. No hay otros dioses. Es el único Ser Supremo, por siempre y por la eternidad. Solamente es Él.
El libro de Génesis, en el capítulo 4, versículo 26, nos dice que en tiempos de Set, el tercer hijo de Adán “…los hombres comenzaron a invocar el nombre de YO SOY EL QUE SOY”. Es decir, que, antes del diluvio universal Dios hizo conocer su nombre a todos los hombres; pero este fue olvidado después de aquel gran cataclismo. Posteriormente, ni siquiera los patriarcas tuvieron el privilegio de conocerlo. Dios se presentaba a ellos bajo apelativos como Elohim, que significa Dios. Este apelativo Elohim podía ir acompañado de un calificativo, el cual también señalaba uno de los atributos divinos; tales como Dios Omnipotente (El Shaddai), Dios Altísimo (El Elyón), Dios Eterno (El Olam), etc. Así lo explica el Señor en Éxodo 6:2-3:
“Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo: ‘Yo soy EJYE ASHER EJYE. Y aparecí a Abraham, a Isaac, y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre EJYE ASHER EJYE no me di a conocer a ellos’”.
Solamente hay un pasaje en las escrituras donde ya se pronuncia el nombre de Dios, en boca del patriarca Abraham. Este es Génesis 14:22: “…he jurado a Jehová, (o sea, EJYE ASHER EJYE, YO SOY EL QUE SOY), Dios altísimo, creador de los cielos y de la tierra…” Esto nos indica que solamente Abraham conocía el nombre del Señor; porque se trata de una etapa entre el tiempo posterior al diluvio, la dispersión de los pueblos en Babel y antes del llamamiento a Moisés en Horeb. Por lo tanto, al escudriñar la escritura bíblica entre Génesis 4:26 hasta el capítulo 3 de Éxodo, no existe alusión alguna al nombre divino, con excepción de Génesis 14:22. Lo cual significa que Abraham fue el único que pronunció el nombre de Dios en una sola oportunidad permitida; por cuanto, en su corazón se encontraba revelado, como una herencia del tiempo pre diluviano. Aquí nos damos cuenta que, el nombre se transmitió por generación hereditaria, solamente por la línea que va de Sem a su descendencia primogénita, hasta llegar a Taré y su hijo Abraham; pero, nadie más lo conocía.
El hecho de que Abraham hubiera pronunciado el nombre YO SOY EL QUE SOY, de manera excepcional, al Rey Bera de Sodoma, y luego de compartir con el Rey Melquisedec de Salem, nos demuestra la gran importancia de conocer el nombre Divino y el permiso otorgado al patriarca para hacerlo. Después de este suceso, su Divino nombre no vuelve a pronunciarse en el texto bíblico hasta llegar al referido capítulo 3 del libro de Éxodo. De modo que, Abraham ya no lo dio a Isaac y que, por supuesto, ya no lo supo Jacob. Abraham tuvo el privilegio de pronunciar el nombre de Dios una vez, por ser el hombre que daría nacimiento a una nueva generación piadosa y al inicio de un nuevo tiempo para la humanidad; después del fin de una era, que fue marcada por el diluvio.
“YO SOY EL QUE SOY… este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos” (Éxodo 3:14-15).
El nombre EJYE ASHER EJYE, fue transcrito, en las sagradas escrituras hebraicas, por parte de los escribas judíos, con las consonantes YHWH; con la finalidad de evitar la pronunciación del nombre original de Dios; ya que se tenía la errónea creencia de que, al leerlo literalmente, se lo profanaba. Entonces, en lugar de transcribir el verdadero nombre del Señor, se lo ocultó e, incluso, se lo distorsionó, sustituyéndolo por una sigla. Estas letras provienen del hebreo antiguo, cuyo alefato contenía solamente consonantes, sin incluir vocales. El alefato es la lista de letras que componen el idioma hebreo, similar a nuestro alfabeto. El alfabeto debe su nombre al orden inicial de letras derivadas del griego; o sea, alfa, beta gamma, etc., en tanto que el alefato se inicia con las letras aleph, beth, guímel, etc.
Las consonantes YHWH corresponden a las letras Y (Yod), H (He), W (Wau), He (He); es decir, las letras décima, quinta, sexta y quinta del alefato. Esta lista de consonantes se las puede encontrar en el Salmo 119, cuyas estrofas están ordenadas de acuerdo al alefato. Cuando el conocimiento de las sagradas escrituras llegó a occidente, los griegos denominaron a estas cuatro vocales como el “TETRAGRÁMMATON”; Tetra: cuatro; Grámmaton: sonido, palabras.
Estas cuatro vocales eran abreviadas empleando las dos primeras consonantes; o sea, YH, cuyo significado expresaba “YO SOY”. Ejemplos de ello, se pueden encontrar en los Salmos 147:1 y 150:6.
Hacia el siglo IV a.C. los escribas judíos emplearon en los textos sagrados el nombre de “ADONAI”, en lugar de YHWH, porque consideraban que el Santo nombre de Dios era impronunciable. Adonai significa “MI SEÑOR” en el idioma hebreo. Más tarde, en el siglo XVI, los traductores cristianos de la Biblia al español, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, interpolaron las consonantes Y, H, W, H con las vocales de la palabra Adonai; para dar un mejor sentido a las consonantes. De esta interpolación resultó la palabra YAHOWAH; el cual, castellanizado, se llegó a escribir como JEHOVÁ. Aunque convencionalmente se utiliza el nombre de Jehová en los actuales escritos bíblicos y en muchas obras cristianas, no es, en realidad, la acepción correcta. Lo mismo pasó con el nombre “YAHWEH”, que emplean, preferentemente, en el catolicismo. Este nombre también es una transliteración de consonantes y vocales; pero, que, en este caso, utilizó las consonantes YHWH con las vocales A y E de la expresión hebrea HA SHEM, cuyo significado es “EL NOMBRE”. En todo caso, existen diversas versiones que nos explican respecto al origen y forma de las transliteraciones hechas, que dieron como resultado los nombres JEHOVÁ y YAHWEH; no existiendo una clara conciliación de criterios al respecto. La pronunciación original del nombre YWHW era EJYE ASHER EJYE; pero, indudablemente, el nombre de Dios jamás fue Jehová o Yahweh.
La abreviación del nombre YHWH, proviene del verbo hebreo hayah, que tiene el significado de ser. El significado de hayah denota algo más que solamente existir, pues se refiere al Ser en esencia y presencia viva; entonces, se refiere a la presencia viva de Dios mismo entre su pueblo, por la eternidad. Es por ello, que, en el Nuevo Testamento, el libro de Hebreos, en su capítulo 10:31, nos dice que es un Dios vivo. De manera, que, podemos llamar a Dios, con su nombre original de YO SOY EL QUE YO SOY o, su correspondiente en el idioma hebreo, EJYE ASHER EJYE, el cual, tendría, en su pronunciación fonética, como EIYÉ ASHER EIYÉ. Por consiguiente, el nombre de Dios no puede ser una transliteración como Jehová o Yahweh; pero, tampoco una sigla como YHWH.
Capítulo II
EL NOMBRE DE JESÚS
El nombre de Jesús, que fue dado por el ángel Gabriel en la anunciación de su nacimiento a María, para llamar al Mesías, nos revela la identidad divina de nuestro Salvador, como se encuentra en el pasaje de de Lucas 1:26-31. A él se refiere el Nuevo Testamento en el libro de Juan 1:1-3,14, cuando lo presenta como EL VERBO. Traducido del griego LOGOS, esta palabra se emplea con los significados de conocimiento, razón, discurso y proporción; lo que quiere decir que Jesús el Verbo es la ciencia divina misma que ha creado el universo y todo lo que en él existe. En este pasaje, el Logos se revela como la presencia divina creadora del universo, empleando la frase: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”. Así, nos muestra que este Logos o Verbo es el mismo Dios; pero, que a la vez se manifiesta de manera diferente del mismo, como mediador, tanto de la creación como de los hombres.
Aunque, es necesario aclarar que, la palabra logos, fue empleada por el filósofo griego Aristóteles, por lo menos, cinco siglos antes de nuestro Señor jesucristo; pero, como era de esperarse, lo hizo con el sentido pagano, característico de su cultura; viendo al logos como un principio creador impersonal, aunque dotado de inteligencia, pero, incognoscible. De esta corriente, ya devino, luego, en las concepciones de los primeros gnósticos de los siglos I al III, que combinaron, de manera simbiótica, sus ideas filosóficas paganas con una suerte de cristianismo doctrinalmente corrompido. Arribando, para los tiempos de la edad media, a involucrarse dentro de los dogmas de un nuevo tipo de gnosticismo predominante de la época, en la persona de la herejía católica; la que llegó a adaptar el logos aristoteliano, bajo una forma de sincretismo afilosofado, con la célebre fórmula de la escolástica de Tomás de Aquino. Ya que al tomismo escolástico y la jerarquía gnóstica romana, les pareció que Jesús y Aristóteles, bien podían combinarse; aunque, quisieron pasar por alto que, existían abismales diferencias doctrinales, entre uno y otro. Esto, sin decir, que, en este filosófico eclecticismo, incluyeron, ya antes, en los tiempos de sus primeros filósofos patrísticos, como los neoplatónicos Orígenes y Tertuliano; que creyeron ver, en Platón, una anticipación iluminada de la doctrina de Cristo. Es decir, que, a esta mezcla de todo con todo, es lo que ellos denominaron como la "doctrina de los padres de la iglesia". No olvidemos que es de Orígenes y Tertuliano, de quienes proviene la terminología característica del catolicismo, citando, entre las mismas, a la más importante, que es la palabra en latín "trinitas" o, como ya la traduciríamos al español, con el término de "trinidad"; la cual tiene origen en las deidades paganas romanas y, otras más antiguas, hasta situarnos en la cultura sumeria, hacia el año 3.800 a.C. o la "trimurti" hindú, desde el año 1.800 a.C. Su significado es el de "tres dioses"; lo que no corresponde con la doctrina cristiana, puesto que el término trinitas", que es en latín, no se encuentra en las sagradas escrituras. Posteriormente, el viejo paganismo, el antiguo gnosticismo de los siglos I al III y el romano, influyeron de manera muy trascendental en las creencias masónicas, que, cuentan, en su bagaje esotérico, una variopinta gama de artículos aristotelianos, platónicos y patrísticos; con los cuales, interpretan, también, en su particular y sui géneris modo, a Dios, al Logos y el Espíritu Santo. Y, ni qué decir, de otras desviaciones religiosas como el mormonismo, adventismo, testigos de Jehová, etc., en que cada uno tiene todo un problema de cosas juntas en la cabeza.
Aunque, si bien, Dios es Padre, Verbo y Espíritu Santo, El es uno dentro de sí mismo y se manifiesta en toda la plenitud de su Divinidad; pero, existe una gran diferencia, aunque parezca sutil, con la trinidad de dioses del paganismo, y, dentro del mismo error, se hallan las palabras "triuno" o "trino".
En oposición a los conceptos paganos del clero romano, es Dios que se revela como Verbo, y, en calidad de tal, se introduce en el mundo, llegando a nacer como hombre, para ofrecerse en sacrificio por los pecados de los hombres; haciéndose el propiciador, intercesor y única vía para llegar a él. Ningún hombre, porque es imperfecto y pecador por naturaleza, puede cumplir cometido semejante; sino solamente aquél que nace sin pecado, debido a su procedencia divina. Solamente Dios, desde los cielos, pudo proveerse como hombre para salvarnos; conviviendo con la humanidad, para redimirla de sus pecados.
Este es el sentido del Logos-Verbo, que, como se verá más adelante, tiene una íntima relación con la palabra creadora de Dios y con el nombre. En los cielos es el “Verbo de Dios” (Apocalipsis 19:13) que ha descendido a la tierra, para convertirse en el “Hijo de Dios”; porque es el Creador hecho hombre (Mateo 16:16; Lucas 1:35; Juan 6:69). También es el “Hijo de hombre”, pero como un ser humano nacido sin pecado (Mateo 2:15; 24:27).
El nombre de Jesús se escribe YEHOSHUA en el idioma hebreo, cuyo significado es “EJYE ASHER EJYE SALVA” (Lucas 1:31 y Mateo 1:21-23). El Creador se presentó en la antigüedad como EJYE ASHER EJYE NISÍ: EJYE ASHER EJYE ES MI BANDERA (Éxodo 17:15), EJYE ASHER EJYE SEBAOTH: EJYE ASHER EJYE DE LOS EJÉRCITOS (1Samuel 1:3); más, ahora, se presenta con el nombre de EJYE ASHER EJYE SALVA. Es decir, el nombre de Dios se transmite mediante el de Jesús.
Las expresiones “Yo Soy” fueron pronunciadas por Jesús, para recalcar su divinidad. Por ejemplo, se presenta así para indicar su preexistencia, cuando dijo que él era antes que Abraham (Juan 8:58); lo cual es lo mismo que decir que él existía desde antes de la creación. Esto motivó que los judíos, quienes tomaron esta afirmación como una blasfemia, quisieran apedrearlo. Otro ejemplo se presenta cuando él mismo se revela como el “pan de vida”, según se relata en el pasaje de Juan 6:35.
Nuevamente, la expresión Yo Soy está registrada en el evangelio de Juan 8:12 y 10:7, 9. Jesús dice: “Yo Soy”, lo que equivale a la fórmula divina de identificación, señalada como “JAH, o, en realidad, EJYE”. También lo encontramos en labios de EJYE ASHER EJYE, refiriéndose a sí mismo como Yo Soy en Isaías 43:11 y 45:5, por ejemplo. Es por esta identidad divina de Jesucristo que, cuando fueron a capturarlo aquellos guardias que acompañaban a Judas, cayeron de rodillas cuando el Señor pronunció la frase “YO SOY”, en el momento en que se encontraba con los discípulos en el huerto de Getsemaní; porque esta palabra tenía el poder divino de su nombre: “Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Juan 18:6).
Jesús se presentó como el Mesías prometido, y así fue reconocido por sus discípulos, según lo comprobamos en Mateo 22:42; Lucas 2:11, 26; Juan 1:41; 4:25-26. Mesías significa Ungido en el idioma hebreo. Es el mismo significado de Cristo, en el idioma griego. Porque el Padre lo ungió como el Salvador de la humanidad, con autoridad sobre los ángeles y los hombres (Lucas 4:16-19; Hebreos 1:6-9).
Así también es presentado por el Apóstol Pablo en su carta a los Colosenses 1:15-17. En su calidad de Cristo, es imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, en quien ha sido hecho todo lo que existe en el cielo y en la tierra. Quien tiene toda la preeminencia y es el mediador de la reconciliación de las cosas del cielo y de la tierra. Porque esta reconciliación se realizó mediante el pacto hecho a través suyo, con el derramamiento de su sangre en el sacrificio de la cruz. En el libro de Filipenses 2:5-10, se muestra a Jesús como igual a Dios, indicando que el Padre le dio un nombre que es sobre todo nombre; que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.
Esto nos indica que el nombre de Jesús no es uno más entre muchos, sino que está investido de un poder divino. Este nombre tiene autoridad divina sobre todo lo existente, de manera que aún tiene el poder para echar demonios, hacer milagros, derribar todo obstáculo, sanar enfermos, resucitar muertos y realizar toda clase de prodigios. Es más, solamente a quienes tienen la fe para creer que Jesús es su Señor y Salvador personal, les será posible adquirir esa autoridad: “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo piden en mi nombre, yo lo haré” (Marcos 16:17-18; Juan 14:13-14).
Este nombre, además, tiene poder para salvar, como no lo tiene ningún otro en la tierra, ni de hombre ni de espíritu alguno. Sostener esta verdad le valió al Apóstol Pedro el ser detenido y enjuiciado ante el Sanedrín judío, donde enfáticamente declaró: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Aún más, el pasaje mencionado en la carta de Pablo a los filipenses, exclama que toda lengua confesará que “Jesucristo es el Señor”. En esa oportunidad, el apelativo de “Señor” dado a Jesús, indica el reconocimiento de su divinidad. En esta frase se utiliza la palabra griega “Kyrios”, que significa “Señor”; del mismo modo que “Adonai” es “Señor” en el idioma hebreo, tan sólo aplicable para referirse a Dios, el Creador del universo. Esto lo representaríamos de la siguiente manera:
Español JESÚS CRISTO ES EL SEÑOR
Griego IESUS KRISTÓS KYRIOS
Hebreo YEHOSHUA AMASIAH ADONAI
Capítulo III
EL SALMO 119 Y LA LEY
Remitirnos al Salmo 11, en el Antiguo Testamento, nos será muy útil para comprender lo que estamos estudiando, según hice referencia en páginas anteriores.
El Salmo 119 es conocido con el título de “salmos acrósticos”, debido a que emplea una composición poética con una letra que inicia cada estrofa. Se trata de 176 versos, agrupados con una letra del alefato hebreo. Así, el total es de 22 estrofas correspondientes a las 22 letras del alefato.
Este salmo es una síntesis de la ley divina dada a Moisés, en el que constantemente se hacen alusiones a la relación del creyente con Dios, obedeciendo, regocijándose y teniendo como guía de su vida a las leyes, palabras, mandamientos, enseñanzas, instrucciones y estatutos dados por el Señor. La palabra hebrea TORAH es sinónimo de estas expresiones. Es la misma palabra con la cual se designa a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, conocidos como Pentateuco o Ley. Estos son los libros de Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Utilizando como ejemplo este salmo, los rabinos judíos señalaban que el pueblo de Dios debía conocer y llevar en su vida la ley divina “de la aleph a la taw”, sin desviarse de ella. Hacían con ello referencia a la primera y última letras del alefato. Del mismo modo, nosotros, los cristianos, debemos conocer las enseñanzas bíblicas, que contienen la palabra de Dios, de principio a fin; es decir, del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, de Génesis hasta Apocalipsis, y así, seguir el camino de la salvación señalado por Dios, sin desviarnos de su enseñanza; para lograr que nuestras vidas fructifiquen en Él (Josué 1:5-9; Salmos 1:1-3).
Este salmo también nos lleva a comprender que la ley de Dios es una guía que nos conduce a conocer su gracia que, como nos señala Juan 1:17 “…la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. Es decir, que vamos de la ley a la gracia. Que el vivir en la gracia, por medio de la fe, es cumplir la ley (Romanos 3:31).
De tales consideraciones, resulta que, como del alefato proviene la composición de las palabras y los nombres, entonces, contiene el profundo significado del nombre de Dios, como causa y esencia de todo lo que existe. Se establece la relación entre el alefato y la palabra, la cual es Jesús como Verbo; pues, como tal, toda la palabra, que es la Sagrada Escritura, es Cristo manifestado al mundo con la revelación del nombre divino. Por este motivo, también Jesucristo nos dice: “Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Esto nos remite nuevamente al Salmo 119 y el alefato, en el cual encontramos que el camino, la verdad y la vida, está en toda la palabra de Dios, de principio a fin.
El camino de vida, que nos conduce de la aleph a la taw es Jesús; porque él nos lleva a toda verdad; el que encuentra la verdad encuentra la vida. Jesús, es la verdad y la vida. Nuevamente Cristo como el Dios de verdad y de vida encarnado.
EL ALEFATO
Alef (Aleph)
Beth
Guímel
Daleth
He
Vau (Wau)
Zain
Heth (Chet)
Teht (Tet)
Yod (Iod)
Caf
Lámed
Mem
Nun
Sámec (Sámech)
Hhain (Ayin)
Phi (Pe)
Tsade
Cof (Qof)
Resch (Resh)
Sehin (Sin)
Thau (Tau, Taw)
Capítulo IV
JESÚS, PRINCIPIO Y FIN
“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8).
Este pasaje bíblico de la revelación de Jesucristo ante el Apóstol Juan, claramente nos demuestra la naturaleza de su divinidad y su relación con el nombre de Dios. En primer lugar, emplea letras extraídas del alfabeto griego, que consta de 24 letras. Este alfabeto se inicia con la letra alfa y termina con la letra omega. Jesucristo hace aquí una semejanza con el alefato hebreo, que, como dije, se inicia con aleph y termina en la consonante taw.
EL ALFABETO
Alfa
Beta
Gamma
Delta
Epsilón
Zeta
Efa
Theta
Iota
Kappa
Lambda
My
Ny
Xi
Omicrón
Pi
Rho
Sigma
Tau
Ípsilón
Fi
Ji
Psi
Omega
Nuevamente encontramos la enseñanza rabínica que instaba a conocer la ley mosaica de la primera a la última letra. Este pasaje del libro de Apocalipsis nos presenta a Jesús con el principio y fin de las escrituras; como la enseñanza de salvación toda. Es, asimismo, el Creador en los orígenes, identificado con el Padre, que también dará fin a los tiempos. Es, además, un indicativo de eternidad, por cuanto está así, señalando que él es el origen y el fin de todo. Él es la Aleph y la Taw.
Jesús utiliza, en repetidas oportunidades, la expresión divina de identificación “YO SOY”, en el libro de Apocalipsis. Además, en este versículo de 1:8 recalca la frase “dice el Señor”, apuntando una vez más que él es Adonai. Aún más, termina la frase con el apelativo de “el Todopoderoso”, que en hebreo se escribe El Shaddai; con lo cual reitera su carácter divino.
“El que es y que era y que ha de venir”, expresa la esencia del nombre Yo Soy el que Soy de Dios, que es eterno en el tiempo. Aquí se comprende aquella palabra dada por Dios a Moisés en Éxodo 3:14-15, cuando le dijo que éste era su nombre para siempre; con el cual sería recordado por los siglos de los siglos. Esto se cumple en el momento de la revelación de Jesús ante el Apóstol Juan. Es el Hijo de Dios glorificado; era el que estuvo en la tierra como el hijo del hombre, que vino por primera vez para redimirnos de nuestros pecados por su sacrificio en la cruz y que luego resucitó. El que ha de venir, por segunda vez, para juzgar a los hombres e iniciar un nuevo tiempo. Esta aseveración suya persiste en la revelación, cuando en Apocalipsis 1:17-18 Jesús dice: “…Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén”. Los pasajes del libro de Apocalipsis 21:6 y 22:13, confirman esta identidad entre el Padre y el Hijo.
Remitiéndonos al libro de Isaías, podemos apreciar cómo Dios anunció esta identidad, ya en el Antiguo Testamento; cuando dice: “Yo, YO SOY EL QUE SOY, soy el primero, y yo mismo seré con los últimos” (Isaías 41:4). También dice: “Así dice YO SOY EL QUE SOY, Rey de Israel y su Redentor, YO SOY EL QUE SOY de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios”. Estas son palabras del único Dios, dichas en el Antiguo Testamento, que solamente pudo emplear más tarde su Hijo, presentado como hombre; con la autoridad de quien sólo puede hacerlo porque es la imagen del Padre.
Capítulo V
EL NOMBRE Y LOS DISCÍPULOS
Los discípulos de Cristo conocen el nombre de Dios y lo guardan, dando testimonio de Él en sus vidas, en su conducta y en sus pensamientos. El nombre divino está inscrito solamente en quienes creen en el único Dios y que Jesucristo es su único Señor y salvador, sin colocar en su lugar reemplazo alguno, como dioses, ídolos. vírgenes, falsos profetas, profusión de cristos, etc. Ellos tienen puesta la señal de ese pacto en sus frentes, porque están sellados para la vida eterna, con un nombre nuevo que los señala como vencedores sobre el pecado y en la vida; para convertirse en columnas del templo de Dios (Isaías 56:5-6; 62:2; Apocalipsis 3:12). Esta es la señal de los escogidos de Dios (Apocalipsis 14:1; 7:3-4; 22:4).
“Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12).
La presencia de esta señal fue profetizada en el pasado a través de los libros de Éxodo, Isaías, Ezequiel y Apocalipsis. Se trata de una señal que corresponde a los creyentes, quienes al ingresar con su confesión de fe en la congregación de Jesús, se convierten en reyes y sacerdotes de Dios. Esta señal es una garantía que los compromete a vivir en santidad, consagrados, sin contaminarse con los pecados de este mundo, porque han sido lavados con la sangre del cordero (Apocalipsis 1:5-6).
Es por eso, que, en el libro de Éxodo 28:36-38, se indica que el Sumo Sacerdote Aarón colocaba sobre su cabeza el turbante que lo distinguía en su dignidad de oficiante del sacrificio santo. En la parte delantera del turbante se leía la inscripción “SANTIDAD A YHWH”. De esta manera, llevaba los pecados de los hijos de Israel, para que durante el sacrificio obtuvieran gracia delante de Dios.
Esto representaba al Mesías que vendría para ser sacrificado por los pecados de la humanidad y ser perdonados en la cruz. Es por eso que nosotros llevamos el nombre de YHWH en nuestras frentes, como sacerdotes oficiantes del sacrificio sagrado, al servicio de nuestro Sumo Sacerdote Jesús:
“Pero estando ya presente Cristo, Sumo Sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:11-14).
Quien desee conocer más, acerca de la calidad de Cristo como Sumo Sacerdote, puede remitirse al libro de Hebreos y leer los pasajes, desde el capítulo 4:14 hasta el capítulo 10:8.
Esta señal en los escogidos, también la encontramos en el relato del profeta Ezequiel, en el capítulo 9. Aquí, Dios ordena al hombre vestido de lino, que tiene un tintero de escribano, poner una señal en las frentes de aquellos que se mantienen fieles al Señor, dentro de la ciudad de Jerusalén:
“Y la gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había estado, al umbral de la casa; y llamó EJYE ASHER EJYE al varón vestido de lino , que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo EJYE ASHER EJYE: ‘Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal (taw) en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella’… Y he aquí que el varón vestido de lino, que tenía el tintero a su cintura, respondió una palabra, diciendo: ‘He hecho conforme a todo lo que me mandaste’” (Ezequiel 9:3-4, 11).
En el texto original en hebreo, la palabra que corresponde a señal está escrita como “taw”; es decir: “…y ponles una taw en la frente”. Según apunté, esta es la última letra del alefato. De esta manera, podemos apreciar que los hijos de Dios llevan en sus frentes la señal de quienes han sido redimidos por el sacrificio de Jesucristo en la cruz. Esta taw es una anticipación profética que indica a quienes son salvados por aquél que es el primero y el último, para los tiempos finales. Dios es el primero y el último, Jesús es el primero y el último; el Alfa y la Omega. Omega, la última letra del alfabeto griego, que corresponde a la letra taw, que es la última letra del alefato hebreo; Así, pues, Jesucristo es la Taw, nuestra señal de los salvos para siempre.
Es la misma alusión a la sangre del cordero, con la que señalaron en el dintel de sus puertas, los israelitas que serían liberados de la esclavitud en Egipto. Cuando pasó el ángel de la muerte matando a los primogénitos de los habitantes de ese país, sólo aquellos que tenían como señal esa sangre en el dintel de sus puertas fueron salvos. Esta es la señal del “pesaj” (pasar en hebreo), aquella fiesta judía que Dios encomendó realizar, la cual es una anunciación profética del día en que se celebrará la cena pascual con el cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Éxodo 12.7, 13, 21-27; Juan 1:29).
“Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Esta es una señal que nos muestra el privilegio que tenemos de compartir, todos los días, nuestra vida con Jesucristo. También con él compartiremos personalmente, cuando llegue el tiempo final, en la cena de bodas, preparada para todos sus discípulos, después de recogernos en el arrebatamiento.
El evangelio de Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Los hijos de Dios, que creen que Jesús es el nombre sobre todo nombre, han hecho esta elección personal: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). Como es evidente, todo lo que se pronuncia con la boca está relacionado con el nombre, la invocación y la confesión; que son la demostración del compromiso espiritual que significa el hablar y decir el nombre de Dios y de Jesucristo. Aquél que obtenga esta salvación, también tendrá la autoridad del nombre de Jesús para obrar prodigios sobrenaturales.
“El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado. Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes en las manos y, aunque bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”
(Marcos 16:16-18).
Capítulo VI
EL NOMBRE DE JESÚS NOS SELLÓ CON EL ESPÍRITU SANTO
El sello de Dios puesto con su nombre, se manifiesta en la unción que porta el creyente, que es la del Espíritu Santo. Por ello, la palabra de Dios dice: “Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió es Dios, el cual también nos ha sellado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones” (2Corintios 1:21-22).
Esta figura del sello también se encuentra en los pasajes de Efesios 1:13-14 y Efesios 4:30, en los cuales se hace énfasis en que fuimos sellados por haber creído en Jesucristo; como cumplimiento de la promesa hecha por el Señor, de que recibiríamos el poder del Espíritu Santo.
Además, la presencia del Espíritu Santo en nosotros es una señal de garantía, comparada con el anticipo de un pago, indicando que se está garantizando nuestra salvación, la cual no debemos desmerecer; porque estamos reservados para el día de la redención final. Estas afirmaciones se encuentran en pasajes como Lucas 24:49; Juan 14:26; Hechos 1:4; 2:33, en las cuales Jesucristo reitera esta promesa de poder y redención por la entrega del Espíritu Santo a los creyentes.
Los trasgresores contra el nombre.La palabra de Dios también hace una advertencia a todos aquellos que se apartan del Señor, al rechazar el don de su salvación, como lo encontramos en Hebreos 10: 26-31. El libro de Apocalipsis 9:4 indica cómo los hombres que no tengan en sus frentes el sello divino, serán dañados en los tiempos finales: “Y se les mandó (a los ángeles) que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni de ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes”.
Hay personas que tienen nombre de que viven, pero están muertas, como se advierte en Apocalipsis 3:1. Se llaman cristianas, sin embargo, no viven en santidad y se desviaron en pos de una simple religiosidad; utilizando el nombre de Dios y el de Jesús para sus propios intereses egoístas. Otros, aún portando la unción del Espíritu Santo, se extraviaron predicando doctrinas de error y por el camino de los pecados y la carnalidad. A estas personas, el Señor aún les da la oportunidad de revisar sus malos caminos y enmendarse; pues, de lo contrario, serán condenados eternamente:
“Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; guárdalo y arrepiéntete, pues si no velas vendré sobre ti como ladrón y no sabrás a que hora vendré sobre ti” (Apocalipsis 3:3).
Otros se pretenden cristianos, pero no siguen la doctrina pura de Jesucristo y han agregado filosofías humanas a su enseñanza, que contradicen la palabra divina. Ellos también reciben la advertencia, del mismo modo que a los creyentes infieles, que solamente utilizan el nombre del Señor para sus propios fines:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquél día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: nunca os conocí; apartaos de mi obradores de maldad” (Mateo 7:21-23).
Los falsos profetas y la antítesis del sello de Dios.Es más, existe la antítesis del sello de Dios, y esa es la marca de la bestia. El libro de Apocalipsis advierte que la recibirán todos aquellos que, al apartarse de Dios por seguir a un dictador mundial que se hará pasar por Él, serán marcados como posesión satánica con el número 666, que es el número de aquella bestia. Quienes no se dejen marcar por la bestia no podrán subsistir en un mundo dominado por esta tiranía mundial venidera; que ya se está anunciando con el nombre del futuro Gobierno Mundial, el cual sucederá al actual Nuevo Orden Mundial.
Este número, el 666, será una marca que identificará a la bestia con los suyos, quienes, en lugar de llevar el nombre de Dios en sus frentes, portarán la marca de la bestia en su mano derecha o en su frente. Apocalipsis aclara que es el número del nombre de la bestia, la misma que también es identificada como el anticristo. El nombre del anticristo es el opuesto del nombre de Jesús.
“Y hacía que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis”
(Apocalipsis 13:16-18).
Notemos asimismo, que de parte de Dios corresponde un sello, pero, de Satanás es por el contrario, una marca. Esta será una marca visible, no invisible o debajo de la piel, como algunas veces se afirmó por parte de otras teorías que buscan interpretar esta profecía, a la luz de los tiempos modernos y su avance tecnológico. Lo que la Biblia aquí describe es un tatuaje, y no alguna sustancia subcutánea que podría portar un microchip, o, tampoco algún tipo de objeto nanotecnológico; mucho menos aquél código de barras que han recreado algunas películas apocalípticas. La palabra de Dios no dijo que se tratará de un objeto insertado sobre la piel o debajo de ella; lo que dijo claramente es que será una marca visible sobre la piel. Eso sí, esta marca del anticristo podría imprimirse sobre la epidermis con las conocidas técnicas de tatuaje que hoy en día se están promocionando en todo el mundo; no es casualidad que la moda del tatuaje, que siempre fue desde la antigüedad una práctica pagana y ocultista, se haya difundido de manera que existan personas que ya se encuentran marcadas, inclusive, con diseños en todo su cuerpo. También podría tratarse de algún modo de impresión con técnicas láser, que ya emplearon los nazis contra la población judía en los campos de concentración, durante la segunda guerra mundial.
También debemos comprender que la marca de la bestia no se reduce al número 666; sino que tiene tres alternativas de tatuaje, como son el número, el nombre mismo del anticristo y un tipo de símbolo que los representa. Estas cosas se sabrán cuando llegue el momento de verlo y no es sabio hacer especulaciones acerca de ello, como si se tratase de la verdad última que alguien hubiese descubierto; hoy, no sabemos cuál es el nombre de la bestia, que será el tirano del Gobierno Mundial futuro. Lo que nos dice la palabra de Dios es que su nombre podrá ser calculado, dándonos como resultado matemático el número de su nombre, que será el seiscientos sesenta y seis. Han surgido en el mundo entero los falsos profetas que buscan confundir a la opinión pública junto con los cristianos, pretendiendo que tienen una revelación superior a todos los demás ministros del Señor. Estos falsos apóstoles y profetas difundieron falacias con las cuales afirmaron que ya tienen indicado por Dios quien es el anticristo; y han realizado cálculos absurdos con los nombres y apellidos de los distintos personajes del mundo de la política, el espectáculo o la ciencia; en muchos casos, los supuestos anticristos señalados murieron años después de ser mostrados como tales por el pseudo profeta de turno. Estos pretendidos descubrimientos de nuevos anticristos de moda, generalmente están acompañados de falsas profecías que anuncian fechas de inminentes catástrofes, arrebatamientos de los fieles, venidas de Jesucristo y toda clase de mentiras, que jamás pierden su religioso público crédulo. Una clase de engaño que es posible sobre aquellos que no obedecen al mandato de Jesucristo, quien dijo, por ejemplo, que:
“Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mateo 24:36).
Y les dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos (Kronos) o las sazones (Kairós), que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7).
Y esta credulidad, debo decir, también va asociada infaliblemente a la estafa religiosa que promete convertir en grandes accionistas sobrenaturales a los incautos, a cambio de igualmente grandes aportes monetarios que van contra la sana doctrina bíblica del diezmo y la ofrenda que enseñó el Señor. Porque el diezmo y la ofrenda son parte de la enseñanza bíblica; pero, la venta de indulgencias o los remates de indulgencias son parte de la enseñanza de los mercaderes de almas: “… y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas…” (2Pedro 2:1-3). “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1Juan 4:1).
Los marcados con el nombre de la bestia.Advierte la profecía apocalíptica que los marcados con el número de la bestia o anticristo serán afectados por una úlcera maligna y pestilente en su piel: “Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen” (Apocalipsis 16:2). Aún más, éstos recibirán la condenación eterna en el lago de azufre y fuego, donde serán atormentados por siempre:
“Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos” (Apocalipsis 19:20-21).
La ira de Dios será contra ellos y no tendrán reposo jamás:
“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: ‘Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre’” (Apocalipsis 14:9-11).
Los victoriosos en el nombre de Jesús.Como corolario, en el mensaje a la iglesia de Éfeso, contenida en Apocalipsis 2:3, el Señor reconforta a los hombres fieles que han luchado por el nombre de Jesús. Aunque tengan faltas que deban corregir en sí mismos y en sus actos:
“Yo conozco tus obras; he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8).
Es un mensaje preparado para aquellos que, aunque se encuentren en un medio completamente adverso, continúan batallando con valor en defensa de la fe, por amor de su nombre: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a alguno de vosotros a la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
Ellos tendrán la victoria y vivirán por siempre con su Señor. Debemos comprender que quien vive con el nombre de Jesús y logra la victoria en su nombre; asimismo, recibe como premio por su fidelidad inconmovible y sin negociaciones, un nuevo nombre.
Así es, los victoriosos en el nombre de Jesús recibirán un nombre nuevo, que nadie más conoce, y los señalará como salvos e hijos de Dios, por la eternidad. Para ellos, Él ha reservado estas palabras:
“Yo conozco tus obras y dónde habitas: Donde está el trono de Satanás. Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe ni aún en los días en que Antipas, mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde habita Satanás… Al vencedor yo le daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual nadie conoce sino el que lo recibe” (Apocalipsis 2:13,17).
Amén
La Paz, Septiembre 2002